No me gusta considerarme fotógrafo profesional porque no lo soy, pero por diversas circunstancias he venido haciendo últimamente ciertos trabajos para varios clientes con los que he trabajado escribiendo artículos. Cuando tenía que hacer algunas salidas, que no era lo habitual, era mucho más rentable para el cliente que yo mismo hiciera las fotos, aunque no tuviera formación en el tema, que llevar a un fotógrafo profesional conmigo. Salvo casos muy concretos en los que el presupuesto era elevado (que casi nunca pasa) lo normal era que yo terminara haciendo las fotos.
Al principio no salió muy bien porque, para empezar, yo no tenía el equipo adecuado. Y eso se nota mucho a la hora de sacar fotos. Pero como nunca he sido millonario, tampoco tenía claro lo de comprarme una cámara buena si no sabía hasta qué punto le iba a sacar partido. Hasta que un día me encargaron un reportaje sobre el Albaicín y pensé en pedir la cámara a un amigo.
Como quería ahorrar al mayor dinero posible en el proyecto, opté por reservar parking Granada para ir a tiro fijo y hacer el reportaje en el día, bien temprano por la mañana y poder regresar a casa antes de tener que quedarme a dormir en la ciudad. Porque a poco que me retrasase se me iba a hacer demasiado tarde y llegaría muy de noche a casa.
También tenía que tener en cuenta el tema de la cámara, ya que mi amigo es muy escrupuloso con sus cosas y no estaba muy seguro de dejármela. Pero tuve mucho cuidado con ella. Mi plan era tomarme el proyecto como un ensayo para ver si podía ser rentable. Si incluyendo el coste de reservar parking Granada, la gasolina, la comida y demás me salía a cuenta hacer esa clase de proyectos y si, en el futuro, podría yo comprar una cámara para seguir por ese camino ya que me sería de mucha utilidad poder sacar fotos para mis propios textos. El cliente quedó muy satisfecho así que lo siguiente fue pensar en la cámara que podía comprar.