Este año he sentido más ganas de viajar que nunca. Basta que haya dificultades para hacer algo que yo tenga ganas de hacerlo. Es como cuando veo una valla que indica ‘no pasar’: siempre siento la necesidad de cruzarla para ver qué hay detrás… Con esto del virus, está siendo un año que invita poco a salir de casa, y menos a ir de viaje: pero la vida son dos días, incluso un día y medio, así que mejor tratar de vivir de la mejor manera que se pueda que no quedarse en casa siguiendo el recuento de contagiados en tiempo real y quejándose de todo por Twitter. Mientras se respeten las normas, no está prohibido salir de casa, ¿no? Bueno, en cualquier momento quizás sí…
Sea como fuere, yo hice el petate a finales de agosto y me fui unos días a Galicia. Miré el cangas vigo barco y me acerqué a la ciudad gallega. Aunque había estado unas cuántas veces en esa región, aún no conocía Vigo… ni las islas Cíes. ¡Y cómo he pasado yo todo este tiempo sin conocer uno de los grandes tesoros naturales de nuestro país! Que sí, que el agua está un poco fría, pero una vez que el cuerpo coge temperatura se siente uno como una divinidad acuática, en aquella playa de arena fina en un escenario natural apabullante.
Además, las autoridades gallegas controlan con mucho cuidado la cantidad de viajeros que reciben las islas (más necesario aún en esta época) lo que provoca que este paraíso natural se mantenga en las mejores condiciones posibles: no como otros sitios de España que mejor no nombrar…
Y después de las Cíes de vuelta a Vigo para disfrutar del Monte de O Castro, el barrio de Bouzas o la playa de Samil. Porque Vigo es de esas ciudades especiales con una idiosincrasia singular. Se nota cuando andas por sus calles o hablas con sus habitantes: sienten un apego especial por su ciudad y tratan siempre de transmitir ese apego al viajero. Por último, miré de nuevo el cangas Vigo barco para ir volviendo a casa. Pese al virus, fue un viaje estupendo para salir de la rutina.