Teníamos claro el proyecto desde el primer momento. Sabíamos exactamente lo que queríamos, pero nos faltaban los medios para conseguirlo. Tanto mi socia como yo llevábamos años trabajando en cocina y hostelería, habiéndonos especializado en repostería. Tanto ella como yo teníamos un trabajo interesante, pero queríamos poner nuestro propio negocio: una pastelería que recuperase la esencia de la repostería castiza, contaminada, en nuestra opinión, por demasiados ingredientes y fórmulas llegadas del otro lado del Atlántico.
Estábamos cansadas de tanto ‘bakery’, ‘cupcakes’ y demás. Nuestra cultura tiene una repostería de gran tradición y esa era nuestra idea. No se trata tampoco de cerrarnos a innovaciones, pero desde luego que tienen que aportar, no restar. Pero también sabíamos que la imagen dice mucho del producto y más hoy en día. Éramos conscientes de que las redes sociales y la imagen debía estar muy cuidada.
Nosotros nos responsabilizamos del sabor, textura y calidad de nuestros productos, pero de la imagen se encargarían otros expertos. Supimos delegar parte de esta faceta porque no se puede abarcar todo, sobre todo cuando sacas un proyecto nuevo de esta envergadura. Nuestros colaboradores se encargarían de todo, desde el diseño del logo a las etiquetas personalizadas con las que pensábamos cerrar nuestros envases.
Queríamos huir de los típicos tonos pastel que caracterizan las bakery de rollo americano. De alguna manera, nuestro proyecto nació como reacción a la globalización de los gustos en repostería ya que Estados Unidos y compañía tienen todas las de ganar cuando se trata de imperialismo cultural, también en el ámbito gastronómico. Por eso, pusimos mucho énfasis en la necesidad de un logo y unos colores corporativos originales sin caer en lo kitsch ni en lo casposo. Es decir: se lo pusimos muy complicado a nuestros colaboradores, pero cuando nos trajeron las primeras etiquetas personalizadas comprobamos que nos habían entendido a la perfección.
Con todo ya a punto, nos lanzamos a este gran proyecto confiadas en que encontraríamos una buena respuesta en el barrio, porque esa era nuestra aspiración, convertirnos en la pastelería del barrio, la que ofreciera dulzura a los días más grises.